Texto: Yvonne Solé
Y es justo lo que encuentro, sin filtros, en Martinica, una de las islas de las Antillas Menores, que pertenece a Francia desde 1635, aunque con breves intervalos de colonización británica.
Como departamento de ultramar francés, la isla conjuga la tradición criolla con el savoir-faire francés, y sus habitantes se muestran orgullosos de pertenecer a un país europeo que goza de la fama de ser refinado y de tener el sentido del gusto por la gastronomía y la moda tan desarrollado.

Antes de aterrizar echo un vistazo a la isla desde el aire. Su volcán, el Mont Pelée (monte pelado) queda al norte de la isla y sigue en activo. Resulta difícil creer que el cráter que se ve desde el cielo entrara en erupción en 1902 con tanta fuerza y rapidez que destruyó la capital (entonces era Sant Pierre) y acabara con la vida de 30.000 habitantes en menos de tres minutos.
Curiosamente, es una historia que a los isleños les gusta repetir.

Sin ir más lejos, Marc, mi guía, me cuenta la terrible historia nada más entrar en el taxi que me llevará al hotel.
Se expresa en un español entrecortado, plagado de onomatopeyas volcánicas.
Le propongo que me hable en inglés, pero se niega con rotundidad: él habla bien español, dice, sacando a relucir su orgullo caribeño. Además, así practica, ya que el turismo español está creciendo en los últimos años y quiere estar preparado para recibir a sus nuevos clientes.

A pesar de que las distancias puedan parecer cortas sobre el mapa, el tráfico es denso y las carreteras son estrechas y sinuosas.
El camino hasta el hotel pasa por un camino de tierra entre plantaciones de bananas que va a parar a un edificio de estilo colonial, con una decoración limpia y sobria.
Las vistas al mar son espectaculares y la famosa flora exuberante del Caribe se extiende por doquier.

Ceno en el hotel y me sorprende la gastronomía: platos internacionales de presentación minimalista.
Este hotel está pensado para los franceses que vienen aquí a pasar sus vacaciones, decido.
Aún así, me agrada el lugar: tranquilo, con detalles de flores frescas y unos camareros que parecen contratados en una agencia de modelos, todos ellos vestidos en tonos beige y blancos.
Un poco de historia. Martinica y Josefina Bonaparte.
Uno de los personajes más famosos de Martinica es Josefina Bonaparte, esposa de Napoleón I, que conocía a la perfección los recovecos más atractivos de la isla o, mejor dicho, de su mar.
Hija de los terratenientes de la plantación La Pagerie (que hoy es casa museo), una de las viejas esclavas que vivía con ella predijo que primero enviudaría y luego sería reina. Segura de este augurio, Josefina vivió siempre como tal, cuidando celosamente de su belleza, porque sabía que, gracias a ella, algún día llegaría a pertenecer a la ansiada realeza francesa.

Tenía por costumbre bañarse cada día en las aguas poco profundas de Martinica, concretamente en los bancos de arena blanca (los Fonds blancs), que quedan enfrente de Le François.
Se dirigía hasta allí en una barquita, se desnudaba y gozaba del sol y de la temperatura templada del agua que apenas cubre hasta la cintura. Así es como se llegaron a conocer los bancos de arena como ‘la bañera de Josefina’. En el islote Óscar que queda justo enfrente se ve un hotelito protegido por una densa vegetación y que goza del privilegio de ser el único alojamiento del lugar.
Grande Anse des Salines, la mejor playa de la isla.
Me he quedado con mono de playa, así que alquilo un coche para ir hasta las playas del sur, concretamente a Grande Anse des Salines, la playa más grande y famosa de Martinica. Debe su nombre al Étang des Salines (estanque de las salinas), el enorme embalse de agua salada situado detrás de la playa.
El agua apenas se agita, la arena es fina y blanca como la harina y, aunque en el resto de la isla acechan nubarrones, aquí luce un sol radiante. Y no es que yo esté de suerte; siempre es así.

Detrás de las filas de palmeras, entre las que cuelgan hamacas de vivos colores ocupadas por turistas perezosos, se encuentran varios chiringuitos con una oferta gastronómica muy limitada pero deliciosa: pescado fresco asado, arroz y ensalada.
El postre me lo tomo en un puesto de fruta fresca, en el que exprimen las piezas al momento o las cortan en pedacitos sin piel para que solo tenga que ocuparme de masticar.

Route de la Trace.
Para conocer bien Martinica no basta con disfrutar de las playas, hay que adentrarse en la selva siguiendo la Route de la Trace.
Un oasis de paz y tranquilidad en Martinica: Jardín Botánico de Balata.
Para ello, primero visito el Jardín Botánico de Balata, situado a diez minutos en coche al norte de la capital, Fort-de-France, y hacia el interior de la isla.
De camino hacia allí me paro para ver de cerca la réplica de tamaño reducido de la basílica de Sacre Coeur de París. No es ni tan impresionante ni tan exacta como esperaba, pero admirar una iglesia rodeada de selva en lo alto de la montaña es ya de por sí todo un espectáculo.

Nada más entrar en el jardín botánico de Balata me llevo una grata sorpresa.Descubro un grupo de colibríes, el pájaro nacional, aleteando alrededor de un bebedero. No se asustan ante nuestra presencia.
Mientras paseo por el jardín me sorprende un chaparrón que apenas dura diez minutos. Tiempo más que suficiente para dejarme empapada.
Por suerte las temperaturas en Martinica rondan siempre los 26 grados.
Desde el Jardín Botánico se aprecian unas dramáticas vistas de las crestas de los Pitons du Carbet. Este edén cuenta con más de mil especies de plantas, árboles y flores, y fue diseñado por el propietario y paisajista Jean-Philippe Thoze.
Las plantas del jardín botánico son una representación de todas las que se pueden encontrar en la selva tropical que se contempla a lo largo de la Route de la Trace. Se trata de una senda que serpentea por las montañas volcánicas del centro y norte de la isla y que cruza la vertiente oriental de Pitons du Carbet.

Hay que conducir con precaución, porque además de ser una carretera estrecha, en esta zona las lluvias son constantes.
Una isla en la que perderse. Anse Cerón.
Al fin y al cabo estamos en plena selva tropical. El camino me lleva hasta Anse Cerón, una solitaria y oculta playa de arena negra a la que sólo se puede acceder a pie.
Aquí los cocoteros han creado un telón de fondo natural muy exótico que, sin embargo, entraña un peligro del que avisan unos carteles escritos a mano y fijados a los troncos de los árboles: “¡Cuidado, caída de cocos!”.
Desde esta playa se aprecia una magnífica vista de Ilet la Perle, una gran roca redondeada situada mar adentro que tiene fama de ser una buena zona para bucear, especialmente para aquellos a los que les guste explorar entre restos de barcos, ya que gran parte de la flota martiniquesa se hundió durante la erupción del Mont Pelée.

Llegamos a la capital de Martinica.
En Fort-de-France, la capital, es donde se mide el pulso de Martinica.
La visita es mejor hacerla a pie, ya que las distancias son cortas. Me doy un paseo por el mercado (un edificio grande y oscuro donde se puede adquirir desde fruta y verdura hasta ropa o flores), que está poco frecuentado por turistas.
Cerca de allí se encuentra uno de los edificios más llamativos de la ciudad: la biblioteca Schoelcher, de arquitectura romano-bizantina, construida en París para la Exposición de 1889 y que luego fue desmontada pieza a pieza y vuelta a construir en Fort-de-France.
En el parque de La Savane se erigen dos estatuas: la de la emperatriz Josefina Bonaparte y la de Pierre Belain d’Esnambuc, quien anexionó la isla a Francia en 1635. Dos años después se construyó el fuerte Fort Saint-Louis para proteger Martinica de posibles ataques. Hoy día todavía funciona y está abierto a los visitantes.
Desde el puerto de Fort-de-France tomo un vedette, uno de los ferries que cruzan la bahía y unen en 15 minutos la capital con Trois Ilets.

Point du Bout, Anse Mitan y Anse à l’Ane son las tres zonas turísticas por excelencia.
Aquí están probablemente las mejores playas de Martinica, pero también es donde se han construido la mayor parte de los hoteles y restaurantes.
Cerca queda La Pagerie, la finca en la que nació Josefina Bonaparte, y un campo de golf que lleva su nombre en su honor.
En la costa sur, en Anse Cafard, al borde de la carretera, y con vistas al famoso peñón de Martinica, Le Diamant, se alza el Memorial en homenaje a los esclavos.
Es uno de los testimonios de la negritud, un concepto ideado por el poeta, escritor y alcalde de Forte-de-France durante 47 años, Aimé Césaire, que surgió en los años 30 como reacción a la opresión del sistema colonial francés y que buscaba fomentar la cultura africana.
Esta idea sigue muy presente en las vidas de los martiniqueses, el 80 por ciento de los cuales son descendientes de esclavos.
En el día a día reivindican sus raíces haciendo sonar su música en las calles de Fort-de-France, pintando sus fachadas coloniales de colores vivos o cocinando platos criollos.
Sin embargo, hablan mejor francés que criollo, les encantan las baguettes y los croissants y compran perfumes parisinos.
Parece que están divididos entre el orgullo de pertenecer a Francia y sus raíces africanas y que han tomado lo mejor de cada cultura convirtiéndola en una mezcla que resulta exótica para los viajeros, pero a la que, sin embargo, es muy fácil adaptarse.

CÓMO LLEGAR
Air France (www.airfrance.es).
Desde España, los pasajeros pueden viajar desde 6 aeropuertos españoles (Barcelona, Bilbao, Madrid, Málaga, Sevilla y Valencia) y enlazar rápidamente en París-Charles de Gaulle hacia la red de vuelos de Air France a Fort de France.
Los vuelos están operados con Boeing 777-300 equipados con todas las comodidades, una cuidada gastronomía, un completo programa de entretenimiento a bordo que incluye películas de estreno, programas de TV, dibujos animados, música, juegos, programación infantil, programa de meditación a bordo o audiolibros.
Antes de vuelo, los clientes de Air France también pueden descargarse gratuitamente desde la aplicación Air France Play (disponible para Android e IOS) sus diarios y revistas favoritos en su teléfono móvil o su tableta.
Los aviones están también equipados con WI-FI que incluye la utilización de mensajería instantánea de manera gratuita.
DATOS ÚTILES
El clima en Martinica es cálido durante todo el año, con temperaturas que rondan los 30 grados.
La temporada alta es de febrero a mayo, con temperaturas más suaves, pero precios más altos.
Hay líneas de ferries entre Martinica, Guadalupe, Dominica y Santa Lucía. En Martinica, al ser territorio francés, se utiliza el euro.

DÓNDE DORMIR EN MARTINICA
Plein Soleil www.hotelpleinsoleil.fr/es
Villa Lagon Sarc, Pointe Thalèmont, Le François; Hotel de 12 villas, cuatro de ellas dúplex con piscina y terraza privada. Dispone de un restaurante con un menú que cambia a diario.
Cap Est Lagoon & Spa www.lesvillasdulagon.com
Un hotel del grupo Relais & Châteaux, situado en Le François. Aquí se aloja la reina de Dinamarca cuando visita la isla.
Tiene 50 suites, incluyendo 35 con piscina privada y ducha abierta, sala de vapor y spa, dos restaurantes, acceso directo a la playa, pista de tenis, gimnasio y amarre privado
Ilet Oscar http://iletoscar.com/
El islote Oscar es una isla privada que queda enfrente de Le François, con playa y embarcadero propio. Dispone de una casa del siglo XIX con cinco habitaciones con baño y servicio de mayordomo y cocinero las 24 horas del día.
Un lujo para ‘robinsones’ acomodados.

DÓNDE COMER
La Plantation:
- Dirección: Quartier Pays Mêlé – 97232 Le Lamentin
- Teléfono: + 5 96 596 50 16 08
No es fácil de encontrar, pero merece la pena intentarlo. Es una casa criolla rodeada de jardín exuberante y con una baranda donde poder comer al aire libre. Haz caso a René Russo y prueba los raviolis de cangrejo.
La Belle Epoque:
- Dirección: 97 route de Didier, Fort-de-France.
- Teléfono: +5 96 596 64 41 19
Menú clásico francés en una villa colonial situado en Didier, a las afueras de Fort-de-France. Posee una interesante carta de vinos.
Le Fromager:
- Dirección: Fond St-Denis
- Teléfono: + 596 596 781 9070.
Aquí, las vistas de los tejados de St-Pierre hasta el mar cuentan tanto como la comida, que realmente vale la pena.